El escándalo Werner von Fritsch: la caída del honor prusiano
El escándalo que llevó a la destitución del general Werner von Fritsch en 1938 fue uno de los episodios más reveladores del proceso mediante el cual Adolf Hitler consolidó su control absoluto sobre el Ejército alemán. Bajo la apariencia de un caso moral y judicial, se escondía una maniobra política cuidadosamente calculada para someter a los mandos militares a la voluntad del Führer. El caso Fritsch no fue sólo la historia de una calumnia, sino también la del hundimiento de una casta militar que todavía soñaba con mantener su independencia frente al poder totalitario del Estado nazi.
Werner von Fritsch había nacido en 1880 en una familia aristocrática prusiana. Educado en la rígida disciplina del cuerpo de oficiales del Imperio, su carrera se desarrolló bajo los valores tradicionales del ejército alemán: honor, deber y obediencia. Tras la Primera Guerra Mundial, se mantuvo en la reducida Reichswehr de la República de Weimar, donde destacó por su profesionalismo y lealtad al código militar más que a cualquier ideología política. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, Fritsch fue visto como un oficial de confianza, un hombre sin ambiciones políticas, ideal para garantizar la neutralidad del ejército frente al nuevo régimen. En 1934 fue nombrado comandante en jefe del Heer (el Ejército de Tierra), cargo desde el cual se convirtió en uno de los oficiales más influyentes de Alemania.
Sin embargo, la relación entre Hitler y los altos mandos del ejército nunca fue sencilla. Aunque ambos compartían el deseo de restaurar la grandeza militar de Alemania, sus objetivos divergían en cuanto a los tiempos y los métodos. Hitler aspiraba a una expansión rápida y agresiva, mientras que oficiales como Fritsch y el ministro de Guerra, el mariscal Werner von Blomberg, preferían una preparación más prudente. La tensión se hizo evidente en la célebre Conferencia Hossbach del 5 de noviembre de 1937, en la que Hitler reveló sus planes expansionistas para Austria y Checoslovaquia. Fritsch manifestó su desacuerdo, advirtiendo que el ejército no estaba preparado para una guerra de tal magnitud. Aquella oposición selló su destino. Hitler, que no toleraba la disidencia ni siquiera en sus aliados, decidió eliminar a los mandos que se interponían en su camino.
A comienzos de 1938, una serie de coincidencias y manipulaciones darían al Führer la oportunidad que buscaba. El primero en caer fue Blomberg, quien escandalizó a la élite militar al casarse con una joven que tenía un pasado comprometedor: la policía descubrió fotografías suyas en actitudes indecentes. Hitler aprovechó el escándalo para exigir su dimisión, quedando vacante el Ministerio de Guerra. Apenas unas semanas después, la Gestapo presentó a Hitler un informe aún más explosivo: el comandante en jefe del Ejército, Werner von Fritsch, supuestamente estaba implicado en un caso de homosexualidad, delito severamente castigado bajo el régimen nazi por el artículo 175 del Código Penal.
De izquierda a derecha General der Infanterie Gerd von Rundstedt, General der Artillerie Werner von Fritsch y Generaloberst Werner von Blomberg
El informe provenía del jefe de las SS, Heinrich Himmler, y del director de la Gestapo, Reinhard Heydrich, quienes afirmaban haber identificado a Fritsch como un antiguo cliente de un conocido chantajista y proxeneta llamado Otto Schmidt. En realidad, la acusación era un error —o quizá una falsificación deliberada—, ya que el verdadero implicado era un oficial retirado con un nombre parecido, Rittmeister von Frisch. Sin embargo, Hitler no dudó en utilizar el caso para deshacerse de un subordinado incómodo. El 26 de enero de 1938 citó a Fritsch en la Cancillería del Reich y, en presencia de Göring, Himmler y otros jerarcas, le comunicó las acusaciones. Fritsch, sorprendido e indignado, negó categóricamente los hechos y exigió una investigación formal para limpiar su nombre. Pero la decisión estaba tomada. Hitler le ordenó presentar su dimisión inmediata y lo sustituyó por el general Walther von Brauchitsch, un oficial más dócil y dispuesto a cooperar con el régimen.
El escándalo causó una profunda conmoción en el ejército. Muchos oficiales comprendieron que las acusaciones eran falsas, pero nadie se atrevió a desafiar directamente al Führer. Hitler, por su parte, aprovechó el momento para realizar una reorganización total del mando militar, conocida como la crisis Blomberg-Fritsch. Suprimió el Ministerio de Guerra y creó en su lugar el Oberkommando der Wehrmacht (OKW), un alto mando directamente subordinado a él y encabezado por Wilhelm Keitel, un oficial sin carisma ni influencia que se convertiría en simple ejecutor de las órdenes de Hitler. De esta forma, el Führer se convirtió en el comandante supremo de las fuerzas armadas, eliminando cualquier resto de autonomía institucional.
Mientras tanto, Fritsch fue sometido a un consejo de guerra en marzo de 1938. Durante el juicio, el testimonio del chantajista Otto Schmidt se desplomó bajo el peso de las contradicciones. Los jueces descubrieron que había confundido a Fritsch con otro hombre, y el general fue absuelto de todos los cargos. Sin embargo, su restitución en el cargo resultaba ya imposible. Hitler no estaba dispuesto a reconocer públicamente su error, y aunque permitió que Fritsch apareciera en ceremonias oficiales, lo mantuvo apartado del mando real. El general, profundamente afectado, se retiró de la vida pública con un sentimiento de humillación y traición que lo acompañaría hasta el final de sus días.
En septiembre de 1939, cuando comenzó la invasión de Polonia, Fritsch pidió volver al servicio activo. Le fue asignado un puesto simbólico al mando de un regimiento de artillería, más por cortesía que por necesidad militar. El 22 de septiembre, mientras inspeccionaba posiciones en el frente de Varsovia, fue alcanzado por fuego enemigo y murió instantáneamente. Algunos testigos aseguraron que el propio Fritsch se había expuesto deliberadamente al peligro, buscando una muerte que restaurara su honor mancillado. Para muchos oficiales del viejo ejército, su caída simbolizó el fin de una era: la del honor prusiano sustituido por la obediencia ciega al Führer.
Monumento conmemorativo a von Fritsch en el lugar donde cayó muerto, un arrabal de Varsovia, que fue eliminado después de la guerra.
El caso Fritsch tuvo consecuencias profundas para la historia alemana. En primer lugar, permitió a Hitler consolidar su poder sobre las fuerzas armadas, eliminando a los últimos mandos que aún podían oponerse a sus planes de guerra. Tras su destitución, los oficiales comprendieron que la lealtad absoluta al líder era la única garantía de supervivencia. Además, el episodio demostró la eficacia del aparato policial de Himmler y Heydrich para fabricar pruebas y destruir reputaciones, consolidando el poder de la SS dentro del Estado. Desde ese momento, el ejército dejó de ser un contrapeso político y se convirtió en un instrumento del régimen, dispuesto a ejecutar sin cuestionamientos las órdenes que conducirían a Europa a la Segunda Guerra Mundial.
En retrospectiva, el escándalo de Werner von Fritsch revela la tragedia de una institución que, al renunciar a sus valores para adaptarse al poder totalitario, terminó siendo devorada por él. Fritsch fue una víctima de su tiempo, atrapado entre la lealtad al Estado y la fidelidad a su conciencia. Su historia muestra cómo el nazismo destruyó no sólo a sus enemigos, sino también a aquellos que, desde dentro, representaban una tradición de honor y responsabilidad. Cuando cayó abatido frente a Varsovia, no sólo moría un general prusiano: moría también la última ilusión de que el viejo ejército alemán podía sobrevivir al monstruo político que había ayudado, aunque involuntariamente, a crear.


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