jueves, 16 de octubre de 2025

La Ruta Tokaradi: el puente aéreo olvidado de África

 

La Ruta Tokaradi: el puente aéreo olvidado de África

Mapa especificando “La ruta Takoradi”, desde  en el oeste de África, hasta El Cairo, en el este.

En los meses más inciertos de 1940, cuando el Imperio Británico se encontraba aislado frente a la amenaza nazi, la guerra se libraba no solo en Europa, sino también en los confines del desierto africano. Mientras las divisiones de Rommel avanzaban hacia Egipto, un flujo silencioso pero vital comenzaba a tomar forma miles de kilómetros al sur, en las costas tropicales de África Occidental. Era la Ruta Tokaradi, una línea de vida aérea que uniría el Atlántico con el Nilo, y que jugaría un papel crucial en la supervivencia de las fuerzas británicas en el norte de África.


El puerto de Takoradi, en la entonces Costa de Oro británica (actual Ghana), era un punto casi desconocido para el mundo. Sin embargo, su localización lo convertía en un enclave estratégico. Poseía un puerto natural profundo, protegido por colinas verdes, y una pista de aterrizaje recién construida por ingenieros coloniales. Fue allí donde, a mediados de 1940, la Royal Air Force (RAF) decidió establecer un centro de montaje de aeronaves. Los buques llegaban desde Liverpool o Nueva York cargados de cajas enormes que contenían fuselajes, alas, motores y hélices. En las instalaciones improvisadas de Takoradi, equipos de mecánicos británicos y africanos trabajaban día y noche para ensamblar los aviones.


Vista del puerto de Takoradi. Desde allí, cientos debarcos fueron cargados con materias primas vitales con destino a los puertos aliados tras desembarcar los aviones destinados a Egipto.

El procedimiento era minucioso. Cada avión —ya fuera un Hawker Hurricane, un Bristol Blenheim o, más tarde, un Supermarine Spitfire— era desembalado, ensamblado pieza a pieza y sometido a pruebas de vuelo bajo el sol abrasador del golfo de Guinea. Una vez comprobada su operatividad, el aparato emprendía un viaje titánico hacia el norte, cruzando selvas, sabanas y desiertos hasta llegar al teatro de operaciones en Egipto. Era el puente aéreo más largo del mundo en su época, un itinerario de más de 7.000 kilómetros a través de una de las geografías más hostiles del planeta.

El trayecto seguía una serie de escalas cuidadosamente seleccionadas. Desde Takoradi, los pilotos volaban primero hacia Kano, en Nigeria, una ciudad que servía como punto de repostaje y descanso. De allí, los aparatos se internaban en el corazón del continente, rumbo a El Fasher o El Geneina, en el Sudán anglo-egipcio. El terreno era traicionero: vastas extensiones de selva alternaban con llanuras áridas, donde los accidentes significaban casi siempre la muerte. La navegación se hacía con brújulas magnéticas y mapas rudimentarios; no existían ayudas de radio ni rutas trazadas con precisión. Los pilotos debían confiar en su intuición, siguiendo ríos, montañas y la posición del sol.


Un camión cargado con un Hurricane llega a la base. Allí, el personal de mantenimiento lo reconstruirá y lo pondrá nuevamente en condiciones de volar hacia Egipto.

La siguiente escala era Jartum, en la confluencia del Nilo Blanco y el Azul, donde la RAF había establecido un importante centro logístico. Allí, los aviones recibían mantenimiento, combustible y las últimas órdenes antes de dirigirse al tramo final del viaje: Wadi Halfa, en la frontera entre Sudán y Egipto. Desde allí, el vuelo hacia El Cairo o Fayid, en el Canal de Suez, completaba la travesía. Los aparatos se entregaban al Mando del Desierto Occidental, que los integraba rápidamente en las operaciones contra las fuerzas del Eje.

La importancia de la ruta era inmensa. Tras la caída de Francia en junio de 1940, el Mediterráneo quedó cerrado al tráfico aliado. Los convoyes que intentaban cruzarlo eran presa fácil de submarinos, aviones y buques italianos y alemanes. El envío de refuerzos por mar hacia Egipto resultaba casi suicida. La ruta Tokaradi ofrecía una solución ingeniosa: utilizar el interior de África, bajo control británico, como corredor logístico seguro. Era un ejemplo de cómo la geografía colonial del Imperio podía ponerse al servicio de la guerra.

Sin embargo, mantener aquella arteria abierta no fue tarea fácil. El clima africano ponía a prueba tanto a hombres como a máquinas. En la Costa de Oro, la humedad corroía los metales y estropeaba los instrumentos; en el Sudán, el calor del desierto podía alcanzar temperaturas insoportables. Los vientos de arena cegaban a los pilotos y dañaban los motores. Numerosos aparatos se perdieron durante el trayecto, víctimas de tormentas, fallos mecánicos o simples errores de navegación. En muchos casos, los restos nunca fueron hallados. Los pilotos caídos en aquella ruta quedaron enterrados en la vastedad anónima del continente.

A pesar de los peligros, la eficiencia de la operación fue admirable. En apenas tres años, aproximadamente 6.000 aviones cruzaron África desde Takoradi hasta Egipto. Cada uno representaba una pequeña victoria logística que permitía mantener viva la resistencia británica en el desierto. Muchos de los cazas que participaron en las batallas de Tobruk, El Alamein o Mersa Matruh habían iniciado su viaje meses antes en las costas del golfo de Guinea.

La ruta también tuvo una dimensión política. En un continente sometido al dominio colonial, miles de africanos participaron en la operación: conductores, mecánicos, trabajadores portuarios y soldados. Su contribución, a menudo ignorada, fue esencial para el éxito de la empresa. En Takoradi, equipos locales montaban los hangares, transportaban piezas y asistían en el ensamblaje de los aviones. En las pistas de Nigeria y Sudán, los trabajadores mantenían los aeródromos y abastecían los depósitos de combustible. La guerra mundial, que parecía tan lejana de África, se hacía sentir en cada vuelo que despegaba hacia el norte.

Con el paso del tiempo, la ruta Tokaradi se convirtió en una operación rutinaria, aunque nunca dejó de ser peligrosa. A mediados de 1943, tras la victoria aliada en el norte de África y la apertura de nuevas rutas marítimas a través del Mediterráneo, su importancia comenzó a declinar. Los convoyes podían llegar directamente a Alejandría, y los aviones eran transportados en portaaviones hasta bases más cercanas al frente. El último vuelo oficial de la ruta tuvo lugar hacia finales de 1944, marcando el fin de una epopeya poco conocida pero decisiva.

Un avión de la RAF siendo desembalado en Takoradi. Aproximadamente 6.000 aviones cruzaron el desierto hasta El Cairo, su destino final.

Hoy, el nombre de Tokaradi apenas aparece en los libros de historia, eclipsado por las grandes batallas y los nombres de generales célebres. Sin embargo, su legado perdura. La ruta demostró que la guerra moderna no se ganaba solo en los campos de batalla, sino también en los talleres, los puertos y los aeródromos improvisados. Fue un triunfo de la organización, la ingeniería y la determinación humana frente a la adversidad.

En los archivos de la RAF, aún se conservan las fotografías de aquellos jóvenes pilotos que, en solitario, cruzaban África en sus cazas recién ensamblados. Muchos nunca regresaron, pero su labor permitió sostener la defensa del Canal de Suez y preparar el camino hacia la victoria final. La Ruta Tokaradi fue, en definitiva, el puente invisible que unió el Atlántico con el desierto, y que mantuvo con vida el corazón del Imperio Británico en su hora más oscura.


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