La Ruta Tokaradi: el puente aéreo
olvidado de África
Mapa especificando “La ruta
Takoradi”, desde en el oeste de África,
hasta El Cairo, en el este.
En los meses más inciertos de
1940, cuando el Imperio Británico se encontraba aislado frente a la amenaza
nazi, la guerra se libraba no solo en Europa, sino también en los confines del
desierto africano. Mientras las divisiones de Rommel avanzaban hacia Egipto, un
flujo silencioso pero vital comenzaba a tomar forma miles de kilómetros al sur,
en las costas tropicales de África Occidental. Era la Ruta Tokaradi, una línea
de vida aérea que uniría el Atlántico con el Nilo, y que jugaría un papel
crucial en la supervivencia de las fuerzas británicas en el norte de África.
El puerto de Takoradi, en la
entonces Costa de Oro británica (actual Ghana), era un punto casi desconocido
para el mundo. Sin embargo, su localización lo convertía en un enclave
estratégico. Poseía un puerto natural profundo, protegido por colinas verdes, y
una pista de aterrizaje recién construida por ingenieros coloniales. Fue allí
donde, a mediados de 1940, la Royal Air Force (RAF) decidió establecer un
centro de montaje de aeronaves. Los buques llegaban desde Liverpool o Nueva
York cargados de cajas enormes que contenían fuselajes, alas, motores y
hélices. En las instalaciones improvisadas de Takoradi, equipos de mecánicos
británicos y africanos trabajaban día y noche para ensamblar los aviones.
El procedimiento era minucioso.
Cada avión —ya fuera un Hawker Hurricane, un Bristol Blenheim o, más tarde, un
Supermarine Spitfire— era desembalado, ensamblado pieza a pieza y sometido a
pruebas de vuelo bajo el sol abrasador del golfo de Guinea. Una vez comprobada
su operatividad, el aparato emprendía un viaje titánico hacia el norte,
cruzando selvas, sabanas y desiertos hasta llegar al teatro de operaciones en
Egipto. Era el puente aéreo más largo del mundo en su época, un itinerario de
más de 7.000 kilómetros a través de una de las geografías más hostiles del
planeta.
El trayecto seguía una serie de
escalas cuidadosamente seleccionadas. Desde Takoradi, los pilotos volaban
primero hacia Kano, en Nigeria, una ciudad que servía como punto de repostaje y
descanso. De allí, los aparatos se internaban en el corazón del continente,
rumbo a El Fasher o El Geneina, en el Sudán anglo-egipcio. El terreno era
traicionero: vastas extensiones de selva alternaban con llanuras áridas, donde
los accidentes significaban casi siempre la muerte. La navegación se hacía con
brújulas magnéticas y mapas rudimentarios; no existían ayudas de radio ni rutas
trazadas con precisión. Los pilotos debían confiar en su intuición, siguiendo
ríos, montañas y la posición del sol.
Un camión cargado con un Hurricane llega a la base. Allí, el personal de mantenimiento lo reconstruirá y lo pondrá nuevamente en condiciones de volar hacia Egipto.
La siguiente escala era Jartum,
en la confluencia del Nilo Blanco y el Azul, donde la RAF había establecido un
importante centro logístico. Allí, los aviones recibían mantenimiento,
combustible y las últimas órdenes antes de dirigirse al tramo final del viaje:
Wadi Halfa, en la frontera entre Sudán y Egipto. Desde allí, el vuelo hacia El
Cairo o Fayid, en el Canal de Suez, completaba la travesía. Los aparatos se
entregaban al Mando del Desierto Occidental, que los integraba rápidamente en
las operaciones contra las fuerzas del Eje.
La importancia de la ruta era
inmensa. Tras la caída de Francia en junio de 1940, el Mediterráneo quedó
cerrado al tráfico aliado. Los convoyes que intentaban cruzarlo eran presa
fácil de submarinos, aviones y buques italianos y alemanes. El envío de refuerzos
por mar hacia Egipto resultaba casi suicida. La ruta Tokaradi ofrecía una
solución ingeniosa: utilizar el interior de África, bajo control británico,
como corredor logístico seguro. Era un ejemplo de cómo la geografía colonial
del Imperio podía ponerse al servicio de la guerra.
Sin embargo, mantener aquella
arteria abierta no fue tarea fácil. El clima africano ponía a prueba tanto a
hombres como a máquinas. En la Costa de Oro, la humedad corroía los metales y
estropeaba los instrumentos; en el Sudán, el calor del desierto podía alcanzar
temperaturas insoportables. Los vientos de arena cegaban a los pilotos y
dañaban los motores. Numerosos aparatos se perdieron durante el trayecto,
víctimas de tormentas, fallos mecánicos o simples errores de navegación. En
muchos casos, los restos nunca fueron hallados. Los pilotos caídos en aquella
ruta quedaron enterrados en la vastedad anónima del continente.
A pesar de los peligros, la
eficiencia de la operación fue admirable. En apenas tres años, aproximadamente 6.000
aviones cruzaron África desde Takoradi hasta Egipto. Cada uno representaba una
pequeña victoria logística que permitía mantener viva la resistencia británica
en el desierto. Muchos de los cazas que participaron en las batallas de Tobruk,
El Alamein o Mersa Matruh habían iniciado su viaje meses antes en las costas
del golfo de Guinea.
La ruta también tuvo una
dimensión política. En un continente sometido al dominio colonial, miles de
africanos participaron en la operación: conductores, mecánicos, trabajadores
portuarios y soldados. Su contribución, a menudo ignorada, fue esencial para el
éxito de la empresa. En Takoradi, equipos locales montaban los hangares,
transportaban piezas y asistían en el ensamblaje de los aviones. En las pistas
de Nigeria y Sudán, los trabajadores mantenían los aeródromos y abastecían los
depósitos de combustible. La guerra mundial, que parecía tan lejana de África,
se hacía sentir en cada vuelo que despegaba hacia el norte.
Con el paso del tiempo, la ruta
Tokaradi se convirtió en una operación rutinaria, aunque nunca dejó de ser
peligrosa. A mediados de 1943, tras la victoria aliada en el norte de África y
la apertura de nuevas rutas marítimas a través del Mediterráneo, su importancia
comenzó a declinar. Los convoyes podían llegar directamente a Alejandría, y los
aviones eran transportados en portaaviones hasta bases más cercanas al frente.
El último vuelo oficial de la ruta tuvo lugar hacia finales de 1944, marcando
el fin de una epopeya poco conocida pero decisiva.
Un avión de la RAF siendo desembalado en Takoradi. Aproximadamente 6.000 aviones cruzaron el desierto hasta El Cairo, su destino final.
Hoy, el nombre de Tokaradi apenas
aparece en los libros de historia, eclipsado por las grandes batallas y los
nombres de generales célebres. Sin embargo, su legado perdura. La ruta demostró
que la guerra moderna no se ganaba solo en los campos de batalla, sino también
en los talleres, los puertos y los aeródromos improvisados. Fue un triunfo de
la organización, la ingeniería y la determinación humana frente a la
adversidad.
En los archivos de la RAF, aún se
conservan las fotografías de aquellos jóvenes pilotos que, en solitario,
cruzaban África en sus cazas recién ensamblados. Muchos nunca regresaron, pero
su labor permitió sostener la defensa del Canal de Suez y preparar el camino
hacia la victoria final. La Ruta Tokaradi fue, en definitiva, el puente
invisible que unió el Atlántico con el desierto, y que mantuvo con vida el
corazón del Imperio Británico en su hora más oscura.
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