El desastre de Port Chicago, 17
de julio de 1944.
Tal y como la guerra del pacifico
iba ganando en magnitud, Port Chicago, California, situado a 35 millas al norte
de San Francisco, se fue convirtiendo en
un importante centro de municiones de la armada. En 1944, la ampliación
y mejoras del muelle en Port Chicago permitieron la carga simultanea de dos
buques. La mayor parte de los trabajos más peligrosos, entre los que destaca,
la carga y descarga de las municiones, fueron realizados marineros africanos
americanos. Por desgracia, ni los marineros ni sus oficiales blancos al mando
habían recibido cualquier formación específica en referencia a la carga y
descarga de municiones, aunque hay que reseñar que alguno sí que habían
recibido cierta instrucción en el manejo de carga en general. La mayoría de
esta escasa experiencia del manejo de municiones provenía del propio trabajo,
es decir, del día a día. La carga de buques ocupaba todo el día, y por ello los
mismos equipos de trabajo desarrollaron un sentido de competencia interna con
respecto a la carga de trabajo que podía desarrollarse de más en un turno de
ocho horas. Ya que esta carrera ayudaba a aumentar la velocidad de carga, los
oficiales animaron y potenciaron lo que consideraban como una saludable
rivalidad.
En la tarde del 17 de julio de
1944, dos buques mercantes estaban siendo cargados en el muelle de Port
Chicago, concretamente el SS Quinault Victory y el SS E. A. Bryan. La carga era
una combinación de bombas HE e incendiarias, así como cargas de profundidad y
munición ligera, en total mas de 4.000 toneladas además en el muelle esperaban
16 vagones con 400 toneladas mas de munición a la espera de ser embarcadas. En ese momento estaban 320
personas entre estibadores, marineros y tripulación realizando esta tarea. A
las 22:18 h. una enorme explosión se produjo y se pudo observar en el cielo
nocturno de California una gran columna de humo y las llamas estallar desde el
muelle. Tan sólo segundos más tarde una segunda explosión siguió a bordo del SS
E. A. Bryan.
La onda de choque, similar a la
de un seísmo, fue tan masiva que se pudo sentir a distancias tan lejana como
Boulder City, Nevada. El SS E. A. Bryan, el muelle y los edificios cercanos
quedaron totalmente desintegrados; el Quinault Victory giro en el aire y fue a
caer a 150 metros de distancia. Los 320 trabajadores del turno de noche
murieron al instante. 390 personas mas sufrieron heridas de distinta gravedad y
la explosión produjo imponentes daños a los edificios de Port Chicago. El aire se
lleno de astillas de madera, de vidrio y restos de distintos materiales que
fueron hallados posteriormente a mas de tres kilómetros de distancia. La
explosión incluso produjo desperfectos en la propia bahía de san Francisco,
distante en 75 km. De los 320 hombres que murieron en la explosión 202 eran soldados
afroamericanos; el desastre de Port Chicago representó el 15 por ciento de
todos los soldados americanos de raza negra muertos en la Segunda Guerra
Mundial.
A pesar de la devastación, en
menos de un mes tras el peor desastre de la Segunda Guerra Mundial en
territorio continental estadounidense, Port Chicago volvía estar operativo y
siguiendo en la tarea principal de embarcar municiones con destino al frente
del Pacifico Las repercusiones de la explosión fueron positivas y negativas. Antes
del desastre, las instrucciones de las autoridades costeras sobre el
procedimiento más seguro de carga explosiva en barcos mercantes a menudo eran
violadas, porque no se consideraba que la rapidez en cargar podía afectar a la
seguridad de forma importante; los propios oficiales y soldados encargados de
cargar dichas mercancías con los nuevos procedimientos se sentían más seguro y
trabajaban más rápido. Después de la explosión, la marina de guerra inició una
serie de cambios en la forma de proceder en referencia al manejo de municiones
y se implementó un entrenamiento formalizado con vistas a la expedición de la
certificación requerida y necesaria para permitir el trabajo en los muelles a
cualquier estibador, así mismo, las municiones en si también fueron revisadas
en su embalaje para que su manipulación durante la carga fuera más segura.
Obviamente la explosión sacudió a
todo el mundo que trabajaba en los muelles de carga, no solo literalmente, es
decir, de forma física sino también en
la conciencia colectiva.. Para los soldados afroamericanos que prestaban su
servicio en unidades segregadas y en condiciones peligrosas, pronto el
descontento dio paso a la abierta hostilidad.
Consejo de guerra de Mare Island
El 9 de agosto de 1944, menos de
un mes después de la explosión, a los supervivientes afroamericanos de la
catástrofe se les ordenó comenzar a
cargar municiones dentro de la fabrica Mare Island; enseguida 258 marineros
negros se negaron a realizar la tarea de cargar municiones. De este grupo, 208
pasaron por un consejo de guerra por mala conducta y fueron condenados a seguir
trabajando en tareas de carga y descarga y a la pérdida del salario de tres
meses por desobedecer las órdenes. Los 50 restantes fueron juzgados con el
cargo de amotinarse y ya que los Estados
Unidos estaban en guerra, esos soldados podían ser condenados a la pena de muerte, no obstante la pena final
que recibió cada uno de ellos varió entre los ocho y los quince años de
trabajos forzados. En enero de 1946 todos ellos recibieron indulto para lo que
quedaba de sus condenas. Sin embargo, no fue hasta 23 de diciembre de 1999,
cuando el Presidente William J. Clinton les concedió la conmutación total de sus
condenas.
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