Rommel reunido con oficiales alemanes e italianos.
Durante la campaña norteafricana,
el Generalfeldmarschall Erwin Rommel siempre y de una forma mucho más
importante de los que a primera vista puede parecer, tuvo que apoyarse en el
papel que las fuerzas italianas realizasen durante las diversas operaciones que
tuvieron lugar en el desierto africano. Dicha colaboración no estuvo ausente de
polémica durante toda la campaña, tanto
a nivel local en la misma zona de operaciones como a nivel estratégico entre
los Altos Mandos de Roma y Berlín. Los reproches también se acentuaron debido sobre
todo por el fracasado resultado final de la campaña.
Ante esta circunstancia, es
importante conocer la opinión del propio Rommel del comportamiento de sus
aliados a todos los niveles. Esta es a su juicio, la valoración de las tropas
italianas tras la 1ª Batalla de El Alamein pero que puede ser representativa de
toda la campaña:
“Es para mí un deber, como camarada y en particular como Comandante en
Jefe de las unidades italianas, establecer con toda claridad que la culpa de
las derrotas sufridas por ellas en los primeros días de julio delante de El Alamein no es de los soldados. El
soldado italiano era voluntarioso, generoso, buen camarada y por sus
condiciones había dado un rendimiento superior a la medida. Es preciso decir
que las prestaciones de todas las unidades italianas, pero especialmente de las
unidades motorizadas, superaron con mucho lo que el ejército italiano ha hecho
en los últimos decenios. Muchos generales y oficiales suscitaron nuestra admiración
desde el punto de vista humano así como del militar.
La derrota de los italianos fue una consecuencia del entero sistema
militar y estatal italiano, del mal armamento y del poco interés que muchas
altas personalidades, jefes militares y hombres de estado, tenían por esta
guerra. Con frecuencia, la insuficiencia italiana impidió la realización de mis
planes. Generalmente, las causas de los inconvenientes que se notaban en el ejército
italiano eran éstas: por término medio, el mando italiano no estaba a la altura
de la guerra del desierto, la cual requiere decisiones fulminantes y rapidísima
ejecución de las mismas. El adiestramiento de la infantería no se correspondía con
las exigencias de una guerra moderna. El armamento de la tropa era tan malo que
ya por esta razón no podía sostenerse sin el apoyo alemán. Además de los
defectos técnicos de los carros de combate italianos –alcance demasiado corto
de los cañones y debilidad de los motores-, sobretodo la artillería, con
insuficiente movilidad y longitud de tiro, ofrecía un claro ejemplo de mal
armamento.
Las unidades estaban dotadas de armas anticarro en proporción totalmente
insuficiente. El avituallamiento de las tropas era tan malo que los italianos
con frecuencia tenían que pedir víveres a sus camaradas alemanes. Efectos
particularmente nocivos producía la diferencia de trato en todo terreno entre
el oficial y el soldado. Mientras la tropa debía alimentarse sin cocinas de
campaña, muchos oficiales italianos no renunciaban a hacerse servir varios
platos. Bastantes oficiales no consideraban necesario estar con las tropas
durante un combate y ser su ejemplo.
Todo unido, no era para maravillarse que en el soldado italiano, por lo
demás extraordinariamente sobrio y sin pretensiones, se desarrollaran complejos
de inferioridad que en momentos de crisis lo hacían temporalmente inutilizable.
En todas estas cosas no era de esperar modificaciones en el tiempo inmediato,
aunque muchos comandantes inteligentes se esforzasen en ello con conciencia”.
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